dissabte, 16 d’abril del 2016

MICRORELATS DE MARÇ / MICRORRELATOS DE MARZO (1)




Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de març.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.







Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de marzo.


Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.











Aquel verano

Solíamos acercarnos a la casa abandonada al caer la tarde, cuando las sombras eran tenues. Mirábamos a través de las cortinas raídas. El paisaje interior era una mezcla de soledad, tristeza y añoranza, como si estas cualidades humanas se hubieran quedado impregnadas en las paredes y en los muebles.

Paquito decía que la casa tenía corazón, que escuchaba el bombeo de la sangre por las cañerías. Aseguraba que necesitaba el de las personas para poder seguir en pie.

Juan propuso aquella noche entrar a través de la ventana que daba al jardín. Recorrimos todas las habitaciones. Hasta el silencio crujía. Poco a poco comenzamos a sentir una sensación de vacío, una tristeza que nos iba hundiendo en la nada, un sentimiento de vulnerabilidad inexplicable. Miguel, el más sensato de la pandilla, nos obligó a salir de la casa y alejarnos de ella.

Dicen que la casa sigue allí, entera, abandonada. No regresamos nunca. Nos daba miedo escuchar los latidos del corazón de Paquito.

Elena Casero Viana
Valencia









Unigénito

Es Miércoles de Ceniza y Mamá insiste en llevarme a la parroquia, aunque llueve y no me ha bajado la fiebre. Me explica cosas sobre purificaciones y le pregunto de qué hacen las cenizas, pero desde que está embarazada anda como ida. Entonces suelto de sopetón: “Las sacan de los huesos de los santos, ¿verdad?”. Me dice que no lo sabe, pero seguro que será de algo sagrado y no tengo que preocuparme ni sentir asco. Pues al cura le huele el aliento. El polvillo se cae y me hace cosquillas en las pestañas, ojalá tuviese la frente tan arrugada como el abuelo porque Mamá dice que tiene que durarme todo el día. Al acabar la misa nos acercamos a mirar el cuadro de Abraham e Isaac; luego me agarra de la nuca y no me suelta hasta que llegamos a casa. Sé que una vez santificado no pasaré de la madrugada. Para cenar pido salchichas con puré, y helado de postre. Papá llega después, me alborota el pelo y se pone a afilar el hacha. Mamá y yo ponemos una foto mía en el aparador junto a la de Santi, un hermano que no conocí, y encendemos una vela.

Belén Sáenz Montero
Madrid











Amigos

Nunca puedo traer amigos a casa. Cuando lo hago papá los mata y los entierra en el jardín.
-Pero, ¿es que no te das cuenta de que son imaginarios? – dice siempre.

Raúl Clavero Blázquez
Madrid








Un día inolvidable

Mi buena madre nos está repartiendo fotografías como si de una herencia en vida fuera y, aunque disimule, me entristece conocer sus razones.
Hoy le ha tocado el turno al retrato en blanco y negro de mi primera comunión.
Claro está que hemos hablado de lo guapo que estoy en ella, peinado con el “Arriba España”, los hoyuelos flanqueando la tierna sonrisa y mi traje heredado de marinerito. Y de la humilde, pero entrañable chocolatada que disfrutamos con la familia y los amigos de siempre.
Era un día importante y como tal lo recuerdo, como también recuerdo que mientras la preocupación de los demás era que no se les pegara la hostia al paladar porque desencajarla de ahí con la lengua era complicadísimo y en aquellos tiempos no había otra, la mía era si tendría la capacidad suficiente para guardar la compostura, delante de una iglesia abarrotada, y que mis temblores fueran lo más internos posible cuando cerrara los ojos para no ver acercarse hacia mi boca aquella mano, de nuevo esa venosa, peluda, asquerosa y poderosa mano.

Javier Palanca Corredor
Valencia









Deforestación

De niña iba al dentista con frecuencia. Tenía el esmalte muy fino, teñido de amarillo por la tetraciclina. Pronto empecé con las caries.

Un día el doctor me contó que en la muela de un paciente había encontrado una pepita de tomate germinada. Yo no supe si creerle, pero me recuerdo fantaseando sobre el tema. Imaginaba una cavidad llena de humus de la que brotaba una minúscula tomatera que con el tiempo se ramificaba y reptaba con ventosas por el suelo de la boca. Algunos tomates estallaban como globos entre los dientes al hablar. Otros bajaban por el tubo del fondo del jardín, fértil abono de lechugas y alcachofas. A veces salían malas hierbas y unos caracoles pequeñitos tapizaban las mucosas de satén. Se convirtió en un huerto capaz de alimentar a una familia, o tal vez a una ciudad. Después en un bosque que generaba tormentas tropicales, cuyas lianas crecían decididas hacia arriba -cual habichuelas mágicas- mientras el señor de la caries se fundía sin remedio con la tierra.

Nunca llegó a saber el doctor cómo le odié el día que me desveló el desenlace de la historia. No se puede deforestar de estas maneras la imaginación de una niñita fantasiosa y de esmalte delicado.

Paz Monserrat Revillo
Molins de Rei (Barcelona)